No tiene un criminal favorito, ni siquiera el famoso Jack el
Destripador, porque la Dra. Marta González Rodríguez no se sumerge tanto
en la perfilación criminal, más bien le gusta la parte sociológica de
la criminología.
Se inclinó por el Derecho inspirada en el ejemplo de su padre, y vive
en una familia de juristas. Lleva unos 34 años en la profesión y sus
dotes de buena maestra le salen por los poros.
Aunque se ha vinculado a la práctica, ha tenido cientos de alumnos en
la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas. A ellos les enseña
que la criminología estudia el crimen, las razones del comportamiento
delictivo y antisocial, los móviles desde el punto de vista social,
comunitario y personológico. También indaga en los sistemas de reacción
ante el delito: formales e informales, y cómo evolucionan estos
controles.
En su opinión como especialista, se trata de una ciencia
interdisciplinaria que nace de los puntos de contacto que se producen
entre la psicología social, el derecho penal, la sociología… Todos estos
conocimientos se integran en una ciencia específica que adora.
Tanto es así que en pocos minutos de entrevista habló de los
orígenes, de aquellas investigaciones de Cesare Lombroso, padre de la
criminología. Este médico y psiquiatra italiano estudió la población
carcelaria y halló determinados rasgos faciales comunes dentro de los
recluidos. Y así asoció la comisión de delitos con un problema genético.
«Aseguró —equivocadamente— que los hijos de padres delincuentes
tienen tendencia a las conductas delictivas. Por tanto, encontró una
herencia biológica, cuando en realidad lo que hay es una herencia
sociocultural», precisó antes de hablar de otras corrientes que
asociaban a los asesinos con los trastornos endocrinológicos.
—¿Es cierto eso?
—Por supuesto que no, esos son estudios iniciales. En aquellos
tiempos estaban en boga las tesis darwinianas y hubo un traslado
inadecuado de estos postulados. También están, por otro lado, las
teorías freudianas, que vinculaban el delito con los instintos sexuales
reprimidos.
«A partir de los planteamientos de Freud se empieza a considerar
que cuando predomina en las persona el Thánatos (instinto de la
muerte) sobre Eros (instinto de la vida) se produce un desequilibrio que
te puede llevar al crimen», añadió.
Claro, la profesora no comparte estos postulados explicativos de la
criminalidad, los considera incorrectos, porque el asunto es mucho más
complejo que lo esbozado aquí; por eso siempre intenta llevarles a sus
alumnos casos del momento que expliquen la complejidad de los fenómenos.
«Les he puesto muchos casos impactantes. Recuerdo el doble asesinato
ocurrido hace unos años en un superbús de Caibarién. Ahí el individuo
fue llevado a un punto extremo, mató bajo el efecto de una provocación.
Eso es lo que en criminología se llama la victima precipitante, pues
ella crea el contexto que provoca su victimización».
—Ahora que habla de un caso real, ¿cree que las leyes en Cuba son lo suficientemente fuertes?
—El problema de la solución de la delincuencia no pasa solo por las
leyes. Estas pueden ser muy severas, pero no resuelven el asunto si no
se tiene una sociedad preparada en el ámbito de la educación, de la
moral. El problema hay que resolverlo antes de sancionar. El Código
Penal cubano es riguroso, tiene varios delitos con pena de muerte.
—¿Pero se aplica esta?
—Existe una moratoria de pena de muerte. Una cosa es la política
penal y otra la legislativa. La legislación está ahí, para, por ejemplo,
el delito de asesinato. Alguien lo comete y no se le aplica porque está
la moratoria; pero si se produce una situación extrema, se emplea. Se
puede modificar la política penal, pero no se puede transformar
constantemente la legislativa. Cuba necesita un cambio de legislación
penal, el código que tenemos es antiquísimo, de los años 80.
«Existen estrategias reguladoras en el mundo que se deben aplicar;
por ejemplo, la mediación. Tratar de solucionar el conflicto antes de
llegar al tribunal. La sociedad no gana nada poniéndote detrás de las
rejas; si se pudiera remediar antes, lograr que repare o resarza de
alguna manera, monetaria o no, su falta. En la prisión la persona debe
abandonar los referentes sociales originales para asumir una cultura
carcelaria marcada por la lucha de poder y la violencia. Sería mejor
buscar mecanismos regulatorios o estrategias de control de la sociedad
que incluyan el servicio comunitario para los delitos menores; por
ejemplo, que el infractor haga la jardinería de un determinado lugar».
—En 2004 defendió su tesis doctoral, ¿qué tema abordó y cuáles fueron los resultados?
—Estudié el control social del delito en Cuba. En la investigación
constaté que el período especial creó una situación de carencia o
deterioro de los controles informales (sistema de valores que sustentan
el andamiaje de los grupos humanos pequeños) y a la vez generó un
deterioro de los controles estatales. Entonces se produjo un proceso
anómico (la palabra proviene del griego anomía, que significa falta de
normas), que es el que ocurre cuando se pierden los referentes para el
comportamiento de los ciudadanos.
—Además de la investigación, ha dedicado buena parte de su
vida profesional a la docencia. ¿Piensa que las universidades ofrecen
una formación acorde con el perfil laboral?
—Creo que sí. Incluso, se pueden aliviar más los planes de estudio
para enfocarnos en el cuarto nivel, es decir, en el posgrado, que es
donde se perfilan en su especialidad.
—¿Qué requisitos debe tener un jurista o alguien que aspire a serlo?
—Debe tener capacidad decisoria, ser equitativo y humanista, porque
se trabaja con personas lesionadas, y tener un sentido de la justicia
como supravalor.
—¿Se puede enseñar a ser justo en las universidades?
—Se trabaja desde el currículo a través de estrategias particulares
de formación. Considero que hay una posibilidad de introducir
gradualmente los valores hasta llegar al valor de la justicia
—En el plano personal, ¿cómo se autodescribe?
—Soy una cubana más. Nací con la Revolución. Soy sanguínea,
apasionada, explosiva, de carácter fuerte. Por lo general, los
penalistas lo somos; los que llegan tímidos, no prosperan.
Por Leslie Díaz Monserrat (Tomado de Vanguardia)
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