domingo, 12 de junio de 2016

La sociedad no gana nada poniendo a alguien detrás de las rejas

11:15

No tiene un criminal favorito, ni siquiera el famoso Jack el Destripador, porque la Dra. Marta González Rodríguez no se sumerge tanto en la perfilación criminal, más bien le gusta la parte sociológica de la criminología.
Se inclinó por el Derecho inspirada en el ejemplo de su padre, y vive en una familia de juristas. Lleva unos 34 años en la profesión y sus dotes de buena maestra le salen por los poros.
Aunque se ha vinculado a la práctica, ha tenido cientos de alumnos en la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas. A ellos les enseña que la criminología estudia el crimen, las razones del comportamiento delictivo y antisocial, los móviles desde el punto de vista social, comunitario y personológico. Tam­bién indaga en los sistemas de reacción ante el delito: formales e informales, y cómo evolucionan estos controles.
En su opinión como especialista, se trata de una ciencia interdisciplinaria que nace de los puntos de contacto que se producen entre la psicología social, el derecho penal, la sociología… Todos estos conocimientos se integran en una ciencia específica que adora.
Tanto es así que en pocos minutos de entrevista habló de los orígenes, de aquellas investigaciones de Cesare Lombroso, padre de la criminología. Este médico y psiquiatra italiano estudió la población carcelaria y halló determinados rasgos faciales comunes dentro de los recluidos. Y así asoció la comisión de delitos con un problema genético.
«Aseguró —equivocadamente— que los hijos de padres delincuentes tienen tendencia a las conductas delictivas. Por tanto, encontró una herencia biológica, cuando en realidad lo que hay es una herencia sociocul­tural», precisó antes de hablar de otras corrientes que asociaban a los asesinos con los trastornos endocrinológicos.
—¿Es cierto eso?
—Por supuesto que no, esos son estudios iniciales. En aquellos tiempos estaban en boga las tesis darwinianas y hubo un traslado inadecuado de estos postulados. También están, por otro lado, las teorías freu­dianas, que vinculaban el delito con los instintos sexuales reprimidos.
«A partir de los planteamientos de Freud se empieza a considerar que cuando predomina en las persona el Thánatos (instinto de la muerte) sobre Eros (instinto de la vida) se produce un desequilibrio que te puede llevar al crimen», añadió.
Claro, la profesora no comparte estos postulados explicativos de la criminalidad, los considera incorrectos, porque el asunto es  mucho más complejo que lo esbozado aquí; por eso siempre intenta llevarles a sus alumnos casos del momento que expliquen la complejidad de los fenómenos.
«Les he puesto muchos casos impac­tantes. Recuerdo el doble asesinato ocurrido hace unos años en un superbús de Caibarién. Ahí el individuo fue llevado a un punto extremo, mató bajo el efecto de una provocación. Eso es lo que en criminología se llama la victima precipitante, pues ella crea el contexto que provoca su victimización».
—Ahora que habla de un caso real, ¿cree que las leyes en Cuba son lo suficientemente fuertes?
—El problema de la solución de la delincuencia no pasa solo por las leyes. Estas pueden ser muy severas, pero no resuelven el asunto si no se tiene una sociedad preparada en el ámbito de la educación, de la moral. El  problema hay que resolverlo antes de sancionar. El Código Penal cubano es riguroso, tiene varios delitos con pena de muerte.
—¿Pero se aplica esta?
—Existe una moratoria de pena de muerte. Una cosa es la política penal y otra la legislativa. La legislación está ahí, para, por ejemplo, el delito de asesinato. Alguien lo comete y no se le aplica porque está la moratoria; pero si se produce una situación extrema, se emplea. Se puede modificar la política penal, pero no se puede transformar constantemente la legislativa. Cuba necesita un cambio de legislación penal, el código que tenemos es antiquísimo, de los años 80.
«Existen estrategias reguladoras en el mundo que se deben aplicar; por ejemplo, la mediación. Tratar de solucionar el conflicto antes de llegar al tribunal. La sociedad no gana nada poniéndote detrás de las rejas; si se pudiera remediar antes, lograr que repare o resarza de alguna manera, monetaria o no, su falta. En la prisión la persona debe abandonar los referentes sociales originales para asumir una cultura carcelaria marcada por la lucha de poder y la violencia. Sería mejor buscar mecanismos regulatorios o estrategias de control de la sociedad que incluyan el servicio comunitario para los delitos menores;  por ejemplo, que el infractor haga la jardinería de un determinado lugar».
—En 2004 defendió su tesis doctoral, ¿qué tema abordó y cuáles fueron los resultados?
—Estudié el control social del delito en Cuba. En la investigación constaté que el período especial creó una situación de carencia o deterioro de los controles informales (sistema de valores que sustentan el andamiaje de los grupos humanos pequeños) y a la vez generó un deterioro de los controles estatales. Entonces se produjo un proceso anómico  (la palabra proviene del griego anomía, que significa falta de normas), que es el que ocurre cuando se pierden los referentes para el comportamiento de los ciudadanos.
—Además de la investigación, ha dedicado buena parte de su vida profesional a la docencia. ¿Piensa que las universidades ofrecen una formación acorde con el perfil laboral?
—Creo que sí. Incluso, se pueden aliviar más los planes de estudio para enfocarnos en el cuarto nivel, es decir, en el posgrado, que es donde se perfilan en su especialidad.
—¿Qué requisitos debe tener un jurista o alguien que aspire a serlo?
—Debe tener capacidad decisoria, ser equitativo y humanista, porque se trabaja con personas lesionadas, y tener un sentido de la justicia como supravalor.
—¿Se puede enseñar a ser justo en las universidades?
—Se trabaja desde el currículo a través de estrategias particulares de formación. Con­sidero que hay una posibilidad de introducir gradualmente los valores hasta llegar al valor de la justicia
—En el plano personal, ¿cómo se auto­describe?
—Soy una cubana más. Nací con la Revolución. Soy sanguínea, apasionada, explosiva, de carácter fuerte. Por lo general, los penalistas lo somos; los que llegan tímidos, no prosperan.

Por Leslie Díaz Monserrat (Tomado de Vanguardia)

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