Pedro O' Really no estudió en academias de arte, ni siquiera cursó educación musical, como algunos de los cantautores villaclareños. Su carrera es una de las que no son afines, quizá, al virtuoso ejercicio de la composición. Sin graduarse aún de Contabilidad y Finanzas por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, comenzó a cantar y a tocar el clarinete en los Festivales de Artistas Aficionados.
Mucho tiempo después, le sacaba los primeros acordes a la guitarra, comienza a formar parte del grupo La Caña Santa y funda, junto a otros jóvenes cantautores, la peña La hora de los mameyes, en la Casa del Joven Creador de la ciudad. Allí, Pedro O' Really se ha ganado al público con sus sones, guarachas y la exploración de ritmos típicos y un tanto olvidados como el nengón oriental.
—Pedro, ¿cuándo comienzas a componer?
—Desde los tiempos del preuniversitario. Escribía las canciones en una libretica. Después es que me pongo a estudiar el clarinete y a conocer de música de manera autodidacta, sin dominar ningún instrumento armónico. En la Universidad seguí componiendo mis temas, y alguien me acompañaba con la guitarra para presentarme. El trovador Alain Garrido fue el primero que le puso la guitarra a una de mis canciones para que cantara en el teatro. Es que, más que cantante, yo me siento compositor. La creación es lo que me mueve. Por supuesto, como mi repertorio no era conocido, costaba trabajo encontrarse a alguien que te acompañara. Me di cuenta de que debía aprender a tocar.
—¿Cómo te insertas, entonces, en el movimiento de la trova villaclareña?
En alguna ocasión fui a El Mejunje y, recuerdo, que no me perdía los «Longina». Sin embargo, yo no escuchaba trova, de hecho, aún hoy estoy conociendo la obra de muchos. En la Universidad se reunían grupos de muchachos y me acerqué a ellos. Un buen día, ya estaba compartiendo mis creaciones. Históricamente los universitarios han nutrido el movimiento de la Nueva Trova. Cuando eso ya era profesor de la carrera de Contabilidad y empiezo a tocar con La Caña Santa. Comenzamos como una especie de descarga, y con el tiempo fue creciendo en público. Del «pásame la guitarra» se transformó en un escenario con un orden, con un concepto».
—Fuiste el de mayor edad que integra el proyecto y, al mismo tiempo, la más joven incorporación.
—Sí, lo fui. Cuando llegué ya Carlos
Abreu, Amaury González, Yunieski Cabreales tenían una obra que mostrar. Yo
estaba como organizador del grupo. Cuando aquello cantaba solo dos canciones.
Del 2011 hacia acá fue que empecé a tomar la guitarra en la mano. Le debo mucho
al laudista y tresero Yasel Giralt, que me ayudó con mis temas. Cuando hicimos
el primer concierto juntos, los dedos me temblaban.
—¿Te fue difícil
avanzar con el instrumento y musicalizar tus canciones? —La canción de autor, si es auténtica, tiene sus códigos. Algunas cosas las veía antes de un modo y ahora las percibo de forma diferente, con otra estética.
«Creo que tengo un almacén de canciones. Sucede que mi repertorio ha tenido una tendencia hacia los sones, la música cubana, pero existen otras cosas que quisiera hacer. Por ejemplo, un chachachá, algunas guajiras... Hoy me estoy reinventado. Lo mío es salvar la canción. Quisiera crecer más».
—En 2012, aproximadamente, surge La hora de los mameyes, el espacio de todos los viernes que propicia la promoción de este movimiento emergente de jóvenes cantautores. A tu juicio, ¿qué diferencia conceptual existe entre esta peña y La Trovuntivitis en El Mejunje?
—El espacio nos gustó desde
el principio. Cuando aquello, ninguno de nosotros pertenecíamos aún a la AHS. Con el tiempo, nos
hicimos miembros de la
Asociación. Se trataba de traer La Caña Santa a la ciudad,
sacarla de la
Universidad. El grueso de los que tocamos allí pertenecemos a
este movimiento. El nombre fue idea de Alexis Castañeda y Raúl Marchena, por el
árbol del patio y, también, por esa sentencia de los cubanos de que «la hora de
los mameyes» simboliza algo así como la hora de la verdad.
«Existen jóvenes que
presentan inquietudes con la canción y que no tienen sitio para presentarse
porque, aunque tengan algún momento en la peña La Trovuntivitis, el
tiempo de duración del espacio es limitado. La hora de los mameyes posibilita
que muestren su obra, aunque también nos preocupamos por el rigor. No es solo
para La Caña Santa,
es para todos los cantautores de la ciudad, de Cuba». —Además de trovador te has convertido en una especie de promotor cultural en el municipio Quemado de Güines a través de la experiencia de El patio cultural. ¿Cómo llegan a apropiarse de este espacio para hacer confluir allí diferentes manifestaciones artísticas?
—Fue un patio abandonado que se recuperó y acondicionó hace unos años atrás gracias, en gran parte, a la Dirección Municipal de Cultura. Inicialmente se concibió como sede del grupo Teatro en el tiempo, integrado, sobre todo, por jóvenes instructores de arte que tienen allí un trabajo interesante y lo hacen con mucho ánimo. Comencé a buscar un sitio para una peña de trova en Quemado de Güines y me pareció que era un buen espacio para eso. Allí empezamos a hacer una serie de actividades. Por allí han pasado muchos artistas de la provincia.
Existe un movimiento joven con ganas de hacer. Quemado es un lugar mágico, donde vive mucha gente que le gusta la canción trovadoresca, el rock, el rap… El patio trata de cubrir todas estas necesidades.
«La peña de trova se hace una vez al mes, generalmente el primer viernes. Quisiéramos que fuera con mayor frecuencia pero aún hay que vencer algunas barreras. Llevar a un artista hacia allá siempre cuesta, en todos los sentidos: tanto presupuestariamente como desde la propia gestión. Actualmente resulta el espacio más sistemático de El Patio y contribuye a la promoción de la canción de autor que tanto terreno precisa ganar en estos tiempos. Desde lo personal, creo que me ha servido también para desarrollar mi obra».
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