Cuando Roberto Reyes se fue, algún lejano tambor batá de Palmira trepidó solitario su larga pena ritual; y un aliento último silbó sobre el viejo tocadiscos de su Trastienda Musical.Cuando Robe se nos fue, ya le habíamos llorado mucho, pero no lo suficiente, porque al alma se le antoja pasarse de lamentos cuando es bueno el amigo que se va.
Y este negrito bueno hizo al tamarindo 50 veces más dulce. Entonces le lloramos hasta la sonrisa, cuando supimos que Robe jugaba a no irse todavía.Aquella tarde temprana en que sintió la certeza del fin, engavetó su boleto de partida junto con los dolores del pasado, o los miedos y rencores que le podían hacer incómodo el vivir. Tomó de apellido el optimismo y decidió no perturbarse con infelices pronósticos, que coartan la existencia o acobardan la razón, entonces siguió riendo para todos, pero mucho más para sí mismo.
Asumió que todo malestar repentino no era más que otra mala gripe que de tiempo en tiempo nos toca pasar. Y así estaba la última vez, por cualquier esquina citadina, o tras la disciplinada obiendencia que reclama el sitio del director.
Y su conducta nos hizo creer a ratos en la imposibilidad de una partida, quizás por su juventud, o quizás porque no podíamos ni siquiera imaginar esa terrible horfandad que ahora sopesamos con su muerte. Esa orfandad del comentario preciso, la valoración exacta, o el abrazo amistoso. La terrible sensación de orfandad que nos deja a los de la radio. A la radio cienfueguera, la villaclareña y la de toda Cuba también, porque Robe fue de los grandes, y para atestiguarolo están los premios. Y una larga lista de programas que calaron hondo en la audiencia, quizás porque los públicos sabían bien que detrás de esos sonidos había un genio que les hablaba "A lo cortico" o que podía captar "cada latido de una ciudad" y su gente.
Ya lo lloramos tanto y desde hace tanto tiempo, que quizás ahora solo nos quede despedirlo resignados, pero satisfechos de haberlo conocido. Entendamos entonces que Robe no se nos fue, sino que como los Dioses merece un descanso.
Después de tanto crear. Digamoslo así: Roberto Reyes Entensa le dió un leve tirón a la puerta de su "Trastienda Musical", y "Bajo el claro de la luna" se fue a dormir a cualquier cercano recodo que escogió su libertad. No le diremos entonces adiós, digámosle sencillamente "drume negrito".
Nuestro recuerdo te despertará a ratos, cada vez que se vuelva insoportable el mundo y no tengamos el remedio de tu sonrisa.
Por Miguel Angel Montero
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