El centro de nuestra
ciudad de Santa Clara, -en parte por su antigüedad-, tiene un diseño
arquitectónico pensado para otra época y
dentro de los detalles más significativos está el de poseer aceras muy
estrechas, que dificultan muchas veces una cómoda traslación de los peatones.
Pero así es nuestra
urbe, así estaba cuando vinimos al mundo y así permanecerá incluso cuando ya no
estemos, aunque existen dificultades que acrecientan considerablemente el
movimiento en Santa Clara, y no tiene nada que ver con las disposiciones
arquitectónicas heredadas del ayer.
Me refiero a todas las
barreras que el hombre mismo impone y que representan indisciplinas sociales o
ilegalidades urbanísticas que no parecen tener fin. ¡Cuantas veces hemos
transitado por la calle Maceo por ejemplo y tuvimos que bajar a la calle porque
nos obstruye el tránsito una reja abierta, una vecina arrojando agua,
excrementos de animales, una máquina abriendo un pozo en plena acera o hasta un
atravesado escalón!.
Si a esto se suma que
los postes eléctricos también entorpecen el necesario caminar, es fácil deducir
que las personas discapacitadas tienen prácticamente vedado el paso por las
aceras más céntricas de la ciudad. Y no solo una silla de ruedas tiene que
acudir irremediablemente a la calle, un coche infantil tampoco tiene otra
opción.
El Instituto de
Planificación Física, máximo responsable del ordenamiento territorial y el
urbanismo, enfrenta hoy el gran reto de restablecer el orden después de años en
los que cierta impunidad ha prosperado. No será tarea fácil, pero ya se
empiezan a dar los primeros pasos. Si a esto se suma la labor de otras
entidades como la PNR
y los CDR, podrán verse los cambios favorables a un ritmo más acelerado.
Transitar por
determinadas zonas del centro de esta ciudad se ha convertido en un caos que ya
nadie puede ignorar. Esperemos que todas las manos responsables se unan de una
vez para que desandar Santa Clara vuelva a constituir para todos un motivo de
placer.
Por Ana Belkis Chirino

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