
No todo conlleva a la enajenación en La Voz México, un reality show que persigue descubrir talentos de la música en este país latinoamericano.
Se extiende a otras latitudes como Colombia y España, entre otros, pero nos concentramos en México, por ser la primera nación de habla hispana en adaptar el formato de The Voice, creado por el productor holandés de televisión John de Mol.
Aunque el hecho de creer que los coaches de este concurso desconocen del todo la imagen e historia de vida de los participantes, resulta ingenuo, la idea de que solo importa la voz y el físico queda en un segundo plano, es positiva.
Destierra el estereotipo de un físico perfecto para los cantantes, implantado durante generaciones y estimula a talentos que no poseen un rostro o cuerpo que cumpla con esos cánones de belleza, a presentarse y explotar sus potencialidades. Aunque se percibe la intención de realizar cambios en la imagen de los concursantes, a medida que avanzan en la competencia.
Otro acierto del programa resulta que no discrimina a nadie por su posición económica. La credencial de entrada de los humildes es una buena voz. Claro, las carencias financieras y sucesos traumáticos de los cantantes, ponen el toque de sensacionalismo al show, pero eso no puede borrar que constituye una oportunidad para los pobres.
También constituye una propuesta televisiva para todas las edades y ha logrado que en Cuba, una geografía distante, desde los niños hasta los ancianos estén pendientes de cada capítulo.
Humanizan la personalidad de los coaches, que siempre son cantantes reconocidos. Ponen a flor de piel sus sentimientos y la humildad que algunos conservan, a pesar de que le dan rienda suelta a los diálogos preparados.
He escuchado a profesionales de la comunicación menospreciar a quienes persiguen este programa, entre los que me incluyo, a riesgo de lucir superficial. Y siempre me he preguntado, con qué criterios podrán discernir entre un buen y un mal producto, sino se exponen a todos por igual.
De cualquier manera, aclaro, no los veo con venda en los ojos, pero reconozco que existen virtudes en este tipo de producto comunicativo.
A veces resulta interesante despojarse de las lupas y entender que no todo es blanco o negro. No siempre da buenos resultados llevar el disfraz de especialistas a todas partes, pues el hipercriticismo en una materia u otra nos puede impedir mirar con el traje que vinimos al mundo: el de humanos.
Por Sunay Martínez
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